Mi hermano sufrió un accidente hace menos de un año.
Por razones que aún están lejos de mi entendimiento, mi hermano se encontraba en el momento menos indicado allá por junio pasado.
Recuerdo el día como si hubiera ocurrido ayer. Gustavo se encontraba en mi casa, mi mamá le había dado permiso a mi hermano para que vaya a una reunión que suele hacer una religión que no vale la pena mencionar.
Decía que iba a hornear un pollo, una de las comidas preferidas de mi hermano, para cuando él regresara... El pollo terminó en la basura tres días después, cuando llegamos a mi casa del hospital. Supongo que mi mamá accedió a que mi hermano vaya a ese lugar ya que era raro que uno de sus hijos muestre interés religioso en algo. De hecho, creo que perdió la esperanza conmigo hace mucho, mucho tiempo, desde que le confesé, entre lágrimas, que era agnóstica desde siempre.
Ese día hubo un accidente en el bus en el que mi hermano regresaba. Murieron 10 personas y más de 20 tuvieron heridas muy graves. Por una afortunada coincidencia, mi hermano no estuvo entre los muertos, aunque le faltó muy poco. Se rompió el fémur, el hueso más largo del cuerpo humano, y sufrió algunas magulladuras.
Tuvo una larga y dolorosa recuperación, al momento lleva dos operaciones y va en camino a la tercera, en ella le sacarán una parte de la cadera para hacerle un injerto en la pierna, lo que causará que el callo que tiene en el hueso se forje más rápido. Tendrá una fea cicatriz de guerra para siempre, sin embargo, si me lo preguntan, creo que el precio es poco para lo que estuviéramos sufriendo si no lo tuviéramos con nosotros.
Hoy mientras lo cuidaba, en una clínica conocida de la ciudad, había un paciente al lado nuestro. Un señor humilde, supongo que cubría los gastos a través del seguro. Su hijo lo cuidaba, se encargaba de limpiarlo y tenerlo impecable.
Y mientras a nosotros nos llevaban comida y golosinas para pasar el rato y el aburrimiento, el joven a nuestro lado solo tenía un guineo muy maduro para comer, casi podrido. Lo había guardado entre tantas comidas horribles que suelen dar en la clínica, la horrible "comida de enfermo".
Cuando regresaba a casa, le pedí a mi mamá que le regalara una de las empanadas que mi hermano había dejado. Si hay algo que aún tengo presente y jamás puedo olvidar es que la comida no se bota y mi hermano odia comer comida helada.
El joven respondió: "Qué Dios le pague".
Y sí, me pagó, teniendo a mi hermano cada día de mi vida. Regalar comida es lo menos que puedo hacer para agradecerle "al flaco" que aún me deje tenerlo conmigo.
Algunos dirán, entonces, ¿Por qué eres agnóstica si crees en una existencia superior?, fácil... yo sé que la religión no es algo que él haya creado.
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