Les haré otra confesión: me siento incómoda con los halagos.
No porque sienta que no son honestos, al contrario, me agrada que la gente reconozca mi trabajo, que vean el sacrificio que hago a diario para poder ser una mejor profesional, con mis defectos, virtudes y mala memoria incluida.
Sin embargo, los halagos son armas de doble filo, te ayudan a mantenerte motivada/o, sí... es cierto, pero también ayudan a autoengañarse. Hay mucha gente fanática del autoengaño y por ser así, fracasan en la vida.
Lo último que quiero en la vida es fracasar, por eso, cuando reconocen que hago las cosas bien, respondo con un chiste y examino de parte de quien viene esa frase agradable. No es por desconfiada, sino porque las traiciones duelen más cuando son de alguien que aprecias o de alguien que te ve "con ojos de cariño", por eso... cuando descubres que es por compromiso o por cariño y el cumplido era falso, te sientes mal, te sientes desilusionada.
No hay nada más feo que la desilusión, solo un encebollado sin limón.
No hay nada más feo que la desilusión, solo un encebollado sin limón.
Prefiero el autohalago, porque bien decía mi abuela, "si uno no reconoce que tiene lo suyo, entonces, ¿Quién lo hará?", y es cierto.
Como bien decía la gran filósofa de la época, Samantha Jones, de "Sex and the City": "Tengo una relación con alguien muy importante... Yo".
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